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martes, 31 de enero de 2012



LA VEJEZ Y LOS CAMBIOS EN LA ESTRUCTURA FAMILIAR

Inmaculada de la Serna de Pedro

INTRODUCCIÓN
La estructura familiar ha evolucionado notablemente en las últimas décadas, con cambios que repercuten en las personas mayores. En los países occidentales han ido disminuyendo los nacimientos y se ha alargado la vida media, con lo que mortalidad y natalidad se igualan y la proporción de mayores en el total de la población se incrementa.
Desde el punto de vista sociológico, la vejez se expresa en términos de pérdidas, como  ausencia de juventud, no como una vejez productiva ni subrayando los aspectos positivos que pueda ofrecer. Sin embargo, como veremos, su papel actual en la sociedad y las familias es muy importante pues a menudo son los que educan a los nietos, mantienen la cohesión familiar, ayudan en la incorporación de los dos cónyuges al mundo laboral y cuidan de los familiares enfermos y discapacitados.
         CAMBIOS EN LA DINÁMICA FAMILIAR
En nuestro país, la estructura familiar ha evolucionado de manera notable, repercutiendo, directa e indirectamente, en el tema de la vejez y de las relaciones familiares.
En la familia tradicional era frecuente que en la misma casa habitasen tres generaciones: abuelos, padres e hijos. Lo habitual es que fuese el padre el único que disponía de un trabajo remunerado y no colaboraba, salvo muy raras excepciones, en las tareas de la casa. Las labores del hogar las asumía la mujer que no trabajaba fuera del hogar y que se ocupaba del cuidado y educación de los hijos, de los enfermos en los casos en que los hubiere y, en consecuencia, de las personas mayores. Los hijos de ambos sexos vivían en el domicilio paterno hasta que se casaban y ellas, al hacerlo, solían dejar de trabajar. Mientras permanecían en el hogar, las chicas colaboraban en las tareas domésticas lo que resultaba excepcional en el caso de los varones, muchas veces inducido por los propios padres de ambos sexos que consideraban estos menesteres propios de mujeres. Los abuelos, sobre todo maternos, compartían el mismo domicilio. Si una hija no se casaba se consideraba, de manera tácita, la cuidadora oficial, desentendiéndose el resto de los hermanos de las obligaciones hacia sus progenitores.
El núcleo familiar actual resulta bastante diferente. Lo habitual es que los dos cónyuges tengan un trabajo remunerado fuera del hogar. El marido colabora en las tareas de la casa y en la educación de los hijos más que antes, pero la mujer suele asumir el peso y la organización del hogar. Los abuelos no suelen vivir con ellos, sino que permanecen en su propio domicilio. Debido a que los divorcios y separaciones son más frecuentes, existen muchos hogares presididos por un solo padre, generalmente la madre, ya que, en la mayoría de los casos, la custodia de los hijos se le concede a la mujer. En estas circunstancias, el otro miembro separado, generalmente el padre, unas veces retorna al hogar paterno y otras permanece sólo en su nuevo domicilio. Las causas que determinan una u otra decisión suelen ser económicas, ya que el marido divorciado de clase media suele quedar en una situación relativamente precaria (pensión alimentaria a los hijos y la esposa, marcha al nuevo domicilio, etc).
En este nuevo contexto, los ancianos adquieren diverso protagonismo, unas veces como ayuda y otras como carga. Se suele subrayar socialmente lo que representa cuidar a una persona mayor enferma cuando ambos cónyuges trabajan fuera del hogar. Pero, por el contrario, con mucha frecuencia son los abuelos los que se ocupan del cuidado de los nietos.  Hacen de guardería mientras los padres trabajan, les llevan o recogen del colegio, los cuidan cuando enferman. El cuidado a los nietos resulta a menudo “impuesto” a los abuelos los cuales no se atreven a negarse y lo viven unas veces con agrado, disfrutando de ellos y llenando un vacío, y otras con evidente cansancio pues les fatiga, les quita libertad o les impide el desarrollo de sus aficiones. En general, los ancianos disfrutan mucho de sus nietos y les gusta cuando no es obligatorio e impuesto, de manera velada o manifiesta. Sentirse útiles y ser necesitados, bien por la sociedad o por la familia incrementa sus autoestima.
En la primera mitad de la vejez, pues, los ancianos aportan sus energías, su tiempo y, a menudo, también su economía al resto de los miembros de la familia. Después, en la segunda mitad, sus achaques, enfermedades y limitaciones, les obliga a ser receptores de cuidados. Curiosamente, ellos que han dado tanto a lo largo de su vida se sienten con frecuencia culpables de necesitar estas atenciones “porque cada uno tiene su vida y yo no quiero ser una carga”. Es en esta segunda etapa cuando pueden surgir conflictos por los cuidados.
LA PERSONALIDAD DEL ANCIANO Y LA INFLUENCIA EN LA FAMILIA
Por su propia personalidad, el anciano puede ser un elemento de ayuda y colaboración en el núcleo familiar o bien ser generador de conflictos. Como se ha señalado, a menudo no quiere molestar a sus hijos ni interferir en su vida, pero otras veces se vuelve egoísta y caprichoso, necesita ser el centro de atención y chantajea emocionalmente a los familiares, suscitándoles sentimientos de culpa.
La adaptación del mayor a su edad y en su relación con los hijos puede estar influida por el lugar de residencia. Así, si ha vivido siempre en el medio rural y va a permanecer en él, será relativamente fácil dado que puede continuar con sus actividades, sus aficiones y sus relaciones personales. También cuando su residencia ha sido siempre urbana y no se desplaza del barrio la adaptación a la vejez y la jubilación puede resultar aceptable. Cuando este proceso resulta más difícil es cuando ha permanecido en el medio rural y, al ser mayores o tener fallos en su salud, se trasladan al medio urbano donde residen los hijos. Este traslado del medio rural a urbano suele ser propiciado por los hijos, por comodidad, sentimientos de culpa o para protegerles de su aislamiento o de sus enfermedades. El anciano se siente entonces desplazado, sin un espacio propio, “como de prestado”; la mujer se implica en las labores de la casa y en la atención a los nietos y lo soporta mejor, pero suele ser especialmente difícil para los varones que se sienten languidecer, sentados en un sillón delante de la TV y sin objetivo ni razón de ser.
Cuando se convive con un anciano o se es responsable de él, se le debe integrar en las actividades de la familia, haciéndole partícipe de las mismas, procurando que desarrolle las suyas y, mientras pueda, manteniendo sus actividades y responsabilidades. Se les debe transmitir respeto, dar cariño, consejo y orientación, e imbuir estos mismos mensajes a la nueva generación de nietos. Salvo graves extravagancias, se deben respetar sus decisiones, el desarrollo de nuevas amistades y relaciones de pareja hacia las que los hijos se suelen mostrar hipercríticos, no entendiendo lo que esas nuevas parejas representan para enriquecer su vida y mantener su ilusión. Se debe procurarles el máximo de autonomía y libertad.
LOS CUIDADOS DEL ANCIANO SÓLO Y ENFERMO
Cuando nos encontramos ante un anciano solo y enfermo que no es autosuficiente se suscita la toma de decisiones acerca de sus cuidados, lo que no siempre resulta fácil.
En la mayoría de los casos, salvo en algunos casos de personalidades muy dependientes, ellos prefieren permanecer en su domicilio con cierto apoyo. Si su salud no es muy precaria, pueden mantenerse en el domicilio si se dispone de cierto control y cuidadores adecuados: familiares, remunerados o de servicios sociales. En otros casos, por mala salud, o falta de apoyos suficientes, se decide ingresarlo en una residencia, lo que puede ser deseado, aceptado o impuesto. Para evitar la sensación de imposición, cuando se le plantea debe hablarse y negociarse previamente con el interesado, razonando los motivos, subrayando los aspectos positivos de atención y cuidado para que él no lo viva como un abandono.
Estrechamente relacionado con lo anterior está el papel del cuidador.

CARACTERÍSTICAS DEL CUIDADOR
Cuidador es una persona que cubre las necesidades de otra, dedicándole a la semana al menos 14 horas, porque ésta no es capaz de realizarlo por sí mismo bien por limitaciones físicas o psíquicas.
El cuidador proporciona un YO prestado para cubrir las necesidades y poder sobrevivir. Suele ser una “víctima silenciosa”, sobre todo si es entre familiares. Sobre el cuidador se producen importantes repercusiones físicas, psíquicas, sociales y económicas.
El cuidador puede ser hombre o mujer; puede ser familiar o ajeno a la familia; remunerado o hacerlo de forma altruista (voluntariado, etc); puede ser una persona joven o un anciano él mismo, o también ejercer el papel de cuidador principal o uno de los cuidadores secundarios que ayudan al anterior, aunque el principal sea quien asuma la responsabilidad.
El tipo de cuidador también ha evolucionado en los últimos tiempos, pudiendo encontrar el modelo clásico y el actual. Tradicionalmente el cuidador era mujer, a menudo la hija, con lo que solía ser más joven, con mejor salud y de la propia familia. Sin embargo, dentro de los cambios sociofamiliares surgidos en los últimos años, aunque predominen las mujeres en las funciones de cuidado, cada vez son más frecuentes los casos de cuidadores varones, hijo o esposo de edad similar a la persona cuidada con lo que implica de peor salud. También aparecen casos de cuidador psicótico que se ocupa del padre o de la madre mayor con el que se ha quedado a vivir. Además, han aumentado notablemente el número de cuidadores remunerados.
El cuidador padece diversas complicaciones, unas de tipo físico como cuadros de agotamiento, dolores diversos, tener peor salud en general y abandonar sus propias necesidades y tratamientos. Pero donde las repercusiones son más importantes es en el ámbito psíquico. Son frecuentes los cuadros depresivos con mayor riesgo de suicidio, crisis de ansiedad, alteraciones del sueño, aumento del consumo de tóxicos y alcohol, tendencia a automedicarse o compensar su frustración con alteraciones en el control de impulsos, como ludopatía, compras patológicas, alteraciones en la alimentación, etc. Sus emociones negativas son frecuentes en forma de ansiedad, irritabilidad, a veces sentimientos de culpa, rabia o frustración, hostilidad hacia los demás que no le ayudan, vergüenza por la conducta del demenciado, etc.
ATENCIÓN AL CUIDADOR
Por todo lo anteriormente descrito, se debe estar alerta a las señales de que el cuidador puede estar claudicando, como cuando se observa que se abandona y descuida sus aseo personal, no sigue sus tratamientos, se retrae y aisla cada vez más, incrementa el consumo de tóxicos o muestra conductas parasuicidas.
El cuidador se siente solo, triste y sin apoyo. Oscila entre la irritabilidad y la culpa. A menudo se encuentra cansado, deprimido o sometido de forma permanente al estrés emocional. Experimenta sentimientos contradictorios de los que se avergüenza porque cree que es el único que los sufre. Sus emociones van desde la preocupación al rechazo, resentimiento, hostilidad, embarazo o frustración. El cuidador se siente perdido y desconcertado. El cuidador puede reaccionar enmascarando la situación de enfermedad grave del anciano, negando o no queriendo enterarse y, en consecuencia, no tomando las decisiones adecuadas.
El cuidador debe conocer que el fastidio y la irritación pueden ser comprensibles y que no es una persona despreciable por sentirlos. Su enfado tiene justificación porque existen personas que deberían ayudarle y no lo hacen. Debe entender y comprender sus frustración y enojo. Generalmente le alivia compartir sus inquietudes y temores con otras personas que se encuentran en la misma situación. Por eso le sirve de ayuda participar en grupos de apoyo o autoayuda con problemas similares a los suyos. Le permite compartir ideas, comprobar que otros sufren problemas semejantes, aliviar sentimientos de culpa y conocer los recursos que existen.
Se le debe ayudar y apoyar, enseñándole a poner límites ante demandas excesivas, informarle de los recursos sociosanitarios que existen, de los tratamientos, y “darle permiso” para cuidarse a sí mismo y hacerle ver la necesidad de disponer de tiempo y ocio para sí mismo si quiere conservar su equilibrio y la energía suficiente para seguir practicando los cuidados. A veces hay que implicar a otros familiares para que colaboren. Se debe prestar especial atención en los casos en que la edad del cuidador es superior a los 65 años.
Sus sentimientos de culpa a veces se reflejan en sus cavilaciones acerca de lo que hizo o dejó de hacer en el pasado, el grado de paciencia que muestra, si siente vergüenza por la forma de comportarse en público, etc. Puede que ello le lleve, para no tener que reprocharse no haberse esforzado lo suficiente, a un peregrinaje inútil por medicinas marginales o charlatanes poco escrupulosos que explotan estas emociones, ofreciendo curas milagrosas que intentan un imposible. A veces volcará su frustración en los profesionales o las instituciones por creer que no hacen más por mejorar una evolución inexorable.
Cuando el mayor querido se demencia se produce un proceso doloroso y delicado, pues se le pierde pero está ahí. Es como un duelo que no se puede elaborar. La sensación de soledad y desaliento es enorme cuando no reconoce al familiar próximo y es aún mayor si es el cónyuge con el que ha compartido toda una vida.
Es conveniente que el cuidador pase algún tiempo fuera del ámbito de la persona cuidada. Descansar un día, una semana, tener vacaciones. Saber que puede disponer de ese tiempo para sí mimo le ayudará a soportar la situación. Es una vacación emocional  imprescindible para poder seguir dando lo mejor de sí mismo. Se le debe ayudar a tomar esta decisión haciéndole ver que si no, no podrá cuidar adecuadamente del otro.
El cuidador puede mostrar alteraciones psicológicas como ideas de suicidio, solo o ampliado, que le pueden asaltar en situación de desesperación o de degradación importante. Si se observan conductas de abandono en su aseo o su cuidado personal, si aparece triste, apático, deprimido o irritable la mayor parte del tiempo; si sufre importantes alteraciones del sueño o elevados niveles de ansiedad; si tiende a automedicarse o incrementa el consumo de alcohol, tabaco u otros tóxicos, si no come o lo hace en exceso o si tiende a un creciente aislamiento social pueden ser señales de un próximo derrumbamiento en el cuidador.
En nuestro medio, la costumbre de dejar al anciano, demenciado o no, al cuidado de la hija, sobre todo si es soltera, es profundamente egoísta e injusta. Se le priva a ella de una vida propia a nivel afectivo, social y laboral. A veces tienen que abandonar su propio trabajo por no pode compartir ambos roles, lo que repercute en mayor aislamiento social, inferior cualificación profesional y, a la larga, en menos recursos económicos. Ser cuidador de manera exclusiva puede tener repercusiones económicas pues se abandona el trabajo y se impide la promoción profesional. Las personas que trabajan fuera de casa, a pesar del sobreesfuerzo que supone, tienen un riesgo menor de caer en la patología del cuidador que cuando lo hacen sólo en el hogar. La despreocupación descarada hacia el problema por parte de sus familiares puede agravarse porque de visita se permiten criticar cínicamente cómo se están realizando los cuidados, sin aportar colaboración.
En el equilibrio del cuidador va a influir la personalidad previa, la relación afectiva que se mantiene o mantenía con la persona a la que se cuida, el ritmo de trabajo, nivel de formación, alteraciones de conducta que muestra la persona que se cuida, conflictos personales y salud física. Existen comportamientos que el cuidador tolera peor. Se aceptan más fácilmente los despistes y fallos de memoria o del lenguaje así como tener que alimentar, vestir o asear al mayor. En cambio, se toleran mal las crisis de agresividad o de agitación, el deambular incesante y errático, la reiteración en preguntas o conductas, la apatía, las alucinaciones, las reacciones catastróficas ante mínimos contratiempos, la actitud sexual inadecuada o la incontinencia. Ante los cambios de personalidad y las alteraciones conductuales, si no se tiene información adecuada, el cuidador se siente desconcertado e incluso puede pensar que lo hace a propósito. El conocimiento por parte de los cuidadores del procesos que vive el anciano, demenciado o no, entender lo que ocurre, hace más soportable la situación. Por eso se debe dar información suficiente acerca del proceso y de lo que se prevé en el futuro, ausente de tecnicismo oscuros. Además, ayuda a evitar pensamientos negativos como pensar que lo hace por fastidiar o llamar la atención lo que deriva en superior sentimiento de frustración y agresividad.
Existen cuidadores extrafamiliares asalariados, a menudo con escasa preparación para la función a desarrollar. En nuestro medio se da con frecuencia entre los inmigrantes porque se supone que apenas se necesita cualificación. Se debería pensar en algún programa de formación para trabajo tan delicado y de tanta responsabilidad, no dejándolo al albur de criterios personales en los que puede influir la cultura de origen. Esta preparación dignificaría el trabajo y ayudaría a ejercer cierto control para evitar conductas inadecuadas por ignorancia o abuso.
Este knol forma parte de la recopilación: Inmaculada de la Serna de Pedro.
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